El espacio urbano actual de las avenidas de Carlos III y Roncesvalles está concebido para el flujo de movimiento del automóvil. Un espacio fuertemente direccional, isótropo a lo largo de sus ejes, cuya función es suministrar el mayor caudal de movimiento vehicular con el mínimo de interferencias, por lo que las únicas irregularidades que presenta a lo largo de su recorrido se concentran en los cruces, siendo el resultado de esos encuentros un espacio aún más neutro, un vacío de asfalto marcando puntos en líneas de asfalto. Paradójicamente, al igual que en los espacios del peatón, los espacios del automóvil también cuentan con zonas de estancia, creadas a partir de la adición de células de similares características dispuestas de forma paralela. En este universo el peatón, como si se tratara de un intruso con sentimiento de culpa, se repliega al abrigo de los muros de la edificación, buscando el cobijo de las sombras que lo protejan de los verdaderos dominadores del hábitat urbano.

La transformación de este espacio en un espacio para el peatón pasa por considerar las diferentes características del movimiento de éste respecto a los primeros. El peatón presenta comportamientos irregulares puesto que no es su único objetivo el desplazamiento en sí, sino que puede acelerarlo o ralentizarlo, suspenderlo en zonas de estancia, revocarlo, compartirlo, invertirlo o, simplemente, disfrutarlo. Con estas claves de comportamiento el diseño urbano de estos espacios debe incorporar multitud de características de matiz a lo largo de los mismos. La hilera central de árboles, antes mediana de vial rodado, pasa a convertirse en un gran dosel verde en el que se producen las transferencias de movimiento. Aquí camino, aquí reposo, aquí cambio de nivel. Los andenes laterales, antes lugar constreñido por el que huir del automóvil, se convierten en los pasillos de un movimiento arbitrario, atento a la dotación comercial, al tránsito apresurado, o a la aparición de zonas de sombra y reposo, al descubrimiento de edificaciones singulares, etc.

En resumen, la nueva configuración del ámbito considerado debe atender al variado universo de experiencias que rodea al ser humano, un espacio a veces vertiginoso y a veces reposado, monumental y cotidiano, un condensador de actividades en el espacio negativo conformado por la edificación.